martes, 13 de enero de 2009

02/01 , Noveno día

Amanecimos temprano y en lo personal me seguía costando creer donde estaba durmiendo. La idea era irnos lo más temprano posible para evitar un posible encuentro con los habitantes de la casa. Supusimos que se habían ido al pueblo a pasar año nuevo y volverían este mismo día por la mañana. De todas maneras, una vez en Iruya íbamos a averiguar quienes eran los dueños para acercarnos a contarles lo ocurrido y darles en compensación una suma simbólica y representativa por los daños ocasionados. Emprendimos el camino de vuelta por el mismo sendero que vinimos. Cuando había un corte en la montaña, o el sendero desaparecía, venia la intuición grupal y seguíamos el camino trepando o bajando por donde nuestros instintos decían. A mitad de camino vemos un muchachito viniendo en sentido contrario. Le pedimos que nos acompañara y guiara hasta Iruya. Nuestro mayor temor era cruzar el río nuevamente. Cuando accedió, todos respiramos tranquilidad sabiendo que estábamos en manos conocedoras. Cuando llegamos al río nos percatamos que estaba mas tranquilo que el día de ayer. Nos agarramos los cinco de la mano formando una barrera humana y cruzamos sin mayores problemas. Del otro lado del río y en medio de la montaña se veían unas figuras humanas. El chango que nos hacía de guía, nos avisó que allí enfrente iban los dueños de la casita donde habíamos pasado la noche. De inmediato les hace señas para que paren y junto con Guillermo se acercan hasta donde están. Guillermo le explicó lo ocurrido y les dejó una suma de dinero. La gente entendió perfectamente nuestra situación y aceptó conforme el dinero. Si bien no sentíamos ningún tipo de culpa por haber usurpado esa casa, después de haber saldado esta deuda tanto con los propietarios, como con nosotros mismos, sentimos una complacida sensación de bien estar.
De repente y sin darnos cuenta, aparece Ivo por detrás con un muchacho lugareño. Ya todos juntos de nuevo, completamos el resto del camino al precioso pueblito montañoso de Iruya. Nuevamente estábamos con todas las comodidades para bañarnos, alimentarnos, y tener un merecido descanso. En lo personal me quedó una especie de sabor amargo por no haber podido llegar a San Isidro, pero a la vez una sensación diferente. Y es como dice el dicho: “no hay mal que por bien no venga”. Si hubiese llegado a San Isidro, no hubiese descubierto las infinitas sensaciones, los descubrimientos personales, la diversidad de paisajes, la adrenalina permanente, ni mucho menos la sensación de placer de poder superar los obstáculos inimaginables que el camino me presentó.







No hay comentarios:

Publicar un comentario