martes, 13 de enero de 2009

01/01 , Octavo día

Habíamos arreglado con un chango lugareño para que nos haga de guía hasta el pueblito de San Isidro. Son alrededor de 7 Km., y su único acceso es caminando subiendo por la montaña, y cruzando varias veces el tan temido río. Durante el verano, las lluvias hacen crecer mucho el caudal del río. Este río no mide más de 10m de ancho y su profundidad no supera el metro. Estos datos no asustan a simple vista, pero lo que lo hace difícil y hasta imposible de cruzar para los lugareños mismos es que el río tiene una corriente asombrosa arrastrando rocas del tamaño de una cacerola viniendo a gran velocidad. Empezamos a caminar alrededor de las 10:30 hs y un rato después, cuando llegamos al primer cruce del río, comenzaron las dudas, incertezas y miedos. En ese momento, se nos unieron un muchachos llamado Guillermo (de BsAs) y una chica inglesa que estaban juntos. Entre los seis (incluyendo al guía) pudimos cruzar la primer parte del río. Luego, empezamos a subir una montaña bordeando la ladera. El camino se empezó a complicar hasta el punto de que cualquier paso en falso, podría significar un resbalón y caer por un precipicio. Con mucho cuidado pasamos este nuevo obstáculo sanos y salvo. Llegamos nuevamente al nivel del río. Estuvimos más de una hora pensando y deliberando como íbamos a sortear este nuevo cruce del río que encima era doble. Ya todas nuestras piernas estaban golpeadas por las rocas que el río arrastra. Mientras el guía piensa y analiza por donde conviene cruzar, nosotros sentaditos y ya preocupados escuchamos sin cesar el ruido constante del movimiento de rocas y piedras. Con mucha decisión y coraje, logramos cruzar una de las dos últimas partes, para finalmente continuar por un camino mas tranquilo hasta San Isidro. Estábamos a solo un paso. Tan cerca, pero tan lejos a la vez. De nuevo se vivieron momentos de pura indecisión. Leo, el guía que nos acompañaba, finalmente desistió de cruzar esta última parte argumentando que estaba muy peligroso y que no quería arriesgarnos, y por lo tanto decidió volverse. Ivo, tomando una actitud muy individualista, se largó solo a cruzar sin avisar a ninguno de nosotros. Lo logró, pero se cayó, rodó en el río y se le produjo un importante corte en la rodilla. Quedábamos cuatro. Guillermo, Javier, la inglesa y yo. Acordamos actuar y tomar decisiones en grupo, es decir, escuchándonos, ayudándonos, y buscando la mejor solución. Basándonos en esto, desistimos de cruzar el río, pero no de llegar a San Isidro que era el objetivo propuesto. Empezamos a escalar una montaña que subía en forma paralela al río. Pensamos que podía ser una alternativa de camino. Cruzamos a dos lugareños y nos dijeron que podíamos llegar por la montaña, pero que había que conocer bien el camino porque no era fácil. Al no tener delimitado el camino, esta situación me hacia acordar a los libros “Elije tu propia aventura”. Acá muchos te aconsejaban, pero nadie te aseguraba nada, es decir, eran todas incertezas y ninguna certeza. Pese a todo, decidimos seguir subiendo y encontrar ese camino. Por momentos íbamos por un pequeño sendero y era eso lo que alimentaba nuestra ilusión de poder llegar. Sabíamos que estaba hecho por el hombre, y que a algún lugar nos iba a conducir. La esperanza por momentos se esfumaba ya que desaparecía el camino. Subiendo la montaña por una zona rocosa apareció delante de mis pies una inesperada serpiente. Les avise con un grito a mis tres compañeros y ví en ellos cara de preocupación. Guillermo, es que es casi medico, nos alarmó del real peligro que una picadura podría ocasionar. Fue ahí donde empecé a preocuparme. Empezamos a subir, bajar y cruzar por terrenos muy peligrosos en los que un simple resbalón o paso en falso, era sinónimo de muerte. Mis palabras pueden parecer exageradas, pero tengo tres testigos que no me dejan mentir. Actuando en grupo, y de una manera muy cuidadosamente, salimos airosos de esas situaciones particulares. Se estaba haciendo tarde y de a poquito el sol de escondía por detrás de las montañas. Estábamos cada vez mas cerca. Faltaba menos. De repente, Javito y yo que íbamos últimos, escuchamos ruidos de atrás. Al darnos vuelta, vemos a tres cabritos que nos están corriendo por el estrecho sendero. Asustados, les pedimos a Guillermo y a la inglesa que corran porque nos iban a cuernear. La concentración y atención que teníamos que tener era doble. Tanto para mirar el sendero, como para mirar a los cabritos. Ya se notaba la presencia humana debido a estos animalitos y también debido a obstáculos y trabas que pusieron en el sendero para frenar su avance. Estos obstáculos no eran un impedimento para los cabritos, ya que pudieron esquivarlos y continuar corriéndonos. Nosotros ya habíamos llegado al final del sendero y desde ahí se podían ver algunas construcciones de San Isidro. Ya no podíamos seguir por la montaña y no quedaba otra opción de enfrentarse nuevamente con el río. Bajamos hasta el río y empezamos a buscar el sector más fácil para cruzar. Inicialmente uno tiende a pensar que es por la parte mas angosta. Pero hay una magnitud física que es el caudal y que se mantiene constante. Con esto se deduce que a menor superficie, mayor velocidad del caudal. Por lo tanto desechamos esa teoría y seguimos buscando. Hicimos un par de intentos pero no prosperaron. La preocupación de todos ya era notoria, pero en especial la mía porque estaba en calzas cortas, remera, sin nada de abrigo, con frío y para colmo con la ropa húmeda. Javier en cambio, tenía algo de abrigo. La inglesa y Guillermo eran los que mejor estaban preparados para eventualmente pasar la noche en la montaña. Tenían abrigo, una bolsa de dormir, y algo de comida. Ya siendo las 18 hs, ellos dos decidieron pasar la noche en la montaña debido a que la inglesa estaba exhausta. Javier y yo nos miramos con extrema preocupación. Yo le planteé la idea de volver a Iruya, pero analizando bien nos dimos cuenta que ya no llegábamos con la poca luz que quedaba. Ahí decidimos con Javier pasar la noche junto a ellos dos. En un momento, caminando por el sendero, habíamos pasado por una casa. Era la única que había en toda la montaña. Esa casa era nuestra única salvación. Teníamos que entrar y dormir en esa casa como sea, haya o no gente. Vimos todas las puertas cerradas con candado y eso significaba que no había nadie. Como era un caso de necesidad extrema debido al frío que había empezado a hacer, debido a la falta de comida y al hecho de no tener donde dormir, estaba convencido a romper los candados e ingresar a la casa violando todo derecho a la propiedad privada. Buscando encontré un hacha y pude romper los candados de dos puertas, mientras que Javier se encargó de la restante. En el preciso momento que vimos que había colchones, frazadas y algo de comida, los cuatro estallamos de alegría y recuperamos un poco la tranquilidad. En lo personal me pude abrigar con la ropa campesina que encontré, y enseguida nos pusimos con Javito a buscar leña para prender un fuego, calentarnos y alimentarnos. Todo parecía de película y soñado. Estoy seguro que para los cuatro este fue un día muy distinto en el que hubo una fuerte mezcla de sensaciones vividas a lo largo del día. El día comenzó con alegría y entusiasmo. Horas más tarde se vivieron momentos de pura adrenalina y asombro debido al estado y comportamiento del río. Luego comenzó el momento de la gran preocupación, miedo y rezo. Casi instantáneamente nos invadió la felicidad, la esperanza y un espíritu aventurero que nos hacia creer que éramos los protagonistas de películas como La Misión. Ya era casi de noche y por suerte logramos prender el fuego. Costó mucho por el hecho que estaba todo húmedo debido a las constantes lluvias veraniegas. A los 3000 msnm el agua tarde mucho mas en hervir, y es por eso que la polenta y la única papa que había tardó en cocinarse. También hicimos choclos pero salieron extremadamente duros, y fueron imposibles de comer. Pese a eso le dí unos cuantos mordiscones. Luego encontramos unas sopas instantáneas y una bolsa con maíz. Desde que nos instalamos en la casa tuvimos compañía. Una gallina, un pollito, un gato y nuestros nuevos amigos los cabritos. Pasamos momentos muy divertidos cuando dejábamos una puerta abierta, y la gallina y los cabritos se metían adentro en busca de comida revolviendo todo lo que tenían a su alcance. Ya de noche empezó a llover y el frío era cosa seria. Prendimos las únicas dos velas que encontramos y las usamos como iluminación donde estaban las dos camas que usamos Javier y yo. Habían varias frazadas y las repartimos entre los cuatro. Ya se nos notaba el cansancio y de a poco fuimos acomodando todo como para dormir. La inglesa se durmió al instante. Javier, Guillermo y yo empezamos a charlar y a tratar de tomar consciencia de la real dimensión de lo que estábamos viviendo. Todo esto superaba mi propia capacidad de imaginación. Guillermo, como estudioso del tema, nos alarmó mucho contándonos que estábamos en el hábitat ideal de la vinchuca, bicho que contagia el famoso mal de chagas, enfermedad que aun no tiene cura. Estos bichos habitan el norte del país y viven en paredes y techos de adobe en zonas rurales. Creo que desde preciso momento, tanto Javier como yo, nos tapamos hasta cubrirnos la cara, dejando solo un pequeño hueco para respirar. Nos costó muchísimo dormirnos y dejar de pensar en ese peligroso bicho.





No hay comentarios:

Publicar un comentario